Los
que me conocen saben que los libros son parte inseparable de mi vida, saben que
amo las palabras y venero los libros. En mi mejor momento leí 20 libros al año;
tenía el más gordo (arriba de 700 páginas) junto a mi buró, otro en el coche
por si alguna espera se hacía larga y otro ligero en la bolsa, porque, aunque solo
tuviera 4 minutos los aprovechaba para leer, particularmente esto último me
daba una sensación de superioridad, de “aprovechar” más el tiempo que los demás
que perdían su tiempo en el teléfono o simplemente esperando. En esa misma
época seleccionaba cuidadosamente que iba a leer en el año, me iba por horas a mi
librería favorita y pasaba horas haciendo la mejor selección, en la que siempre
llevaba algunas recomendaciones cuidadosamente escogidas, revisaba las mesas de
ofertas y compraba uno que otro clásico, también algo tipo comida chatarra y
algo “sorpresa”, y así acomodaba mi plan anual de lectura que aunque era
flexible si se atravesaba algo nuevo era bien recibido.
Después
empecé a leer algunos libros en su lengua original, obvio la mayoría en inglés
y uno que otro en francés (aunque no los terminara), y luego pensé agregar algo
que agregara valor para mi trabajo, y así fue como llegué a mi crisis del 2019:
tenía en el teléfono un libro de política, un libro de negociación (en inglés),
en papel un libro de economía y pensé ¿qué me llevó a estar atorada entre tres
libros que si bien me interesan no me apasionan? hubo muchos factores
personales de temas de trabajo, de crisis por el tema mi papá y más pero sobre
todo creo que fue mi horrible defecto de volver mis hobbies productivos y este
fue el caso, me forcé tanto por “aprovechar” más mi tiempo de lectura que perdió
el encanto.
¿Cualquier
parecido con la realidad Covid-19? Aprovecha para hacer un diplomado, es el
momento de que aprendas un nuevo idioma, de que veas los museos de todo el
mundo, hay tantas clases en línea gratuitas que te sientes mal por no tomarlas,
pero cito a Sofía Niño de Rivera, no es tiempo extra, es como el tiempo que
tienes cuando perdiste un vuelo, no se siente padre, o al menos no todo el
tiempo.
Así
que reconociendo y aceptando el problema fui a mi biblioteca personal a buscar en
libros pendientes, encontré a Proust, Julio Verne, García Lorca, Elmer Mendoza
y podría seguir, pero nada me resultaba apetitoso, no tenía ganas de ponerle
una palomita más a un clásico a un segundo libro de un renombrado escritor, y
entonces apareció Rosa Montero, mi gran amiga de “La ridícula idea de no
volverte a ver” ahora con: La carne. ¿De qué va? Va de una mujer que recién
cumplió los 60 años y contrata a un guapo gigoló ruso para darle celos a un
reciente ex amante, nada que ver con Herman Hess o Camus… afortunadamente.
Letra
amplia, sin complejidades para entender la trama, pero sí con un juego de
personalidades muy interesantes, aderezado con un toque detectivesco; me lo devoré
en 1 semana y eso me devolvió la fe en mi acuerdo con los libros, en que esto de
dejarlos sin terminar era algo pasajero, que volvería a terminar el de política
negociación y economía después de servirme en el buffet de libros lo que más se
me antojara, así fuera azucarado o grasoso, porque para todo hay tiempo, y el mío
hoy con los libros y con la vida es de reconciliación, de dejar ir para que
pueda llegar, de disfrutar sin construir, de poca creatividad porque hay que
sostener, de recoger piezas rotas y de pegar algunas pero otras soltarlas, de
aferrarte a lo que quieres desde adentro, de aceptación con realidad y con amor.
Y por
esto mi espíritu lector no quiere calificar a Rosa Montero, lo que este libro
me dio se agradece más que la recomendación que podría dar sobre escritura
literaria, espero que hoy tengan un lindo encuentro con su libro del momento.