lunes, 30 de octubre de 2017

Después del terremoto. Haruki Murakami.

Casualmente comencé a leer este libro una semana antes del terremoto del 19 de septiembre de 2017 y casualmente lo compré en la colonia Roma, muy cerca de lo que podría llamarse la zona cero de la tragedia. Yo traía ese libro en el coche mientras todo pasaba, por supuesto suspendí la lectura, apenas llevaba unas cinco páginas, y lo pude leer hasta casi un mes después, tal vez porque estaba cansada de que por dos semanas me levanté gritando y sintiendo que estaba temblando, hubiera sido muy distinto leerlo unos meses antes.
Son una serie de seis cuentos, situados en el terremoto de Kobe en 1995, a veces no son la parte esencial de la historia, pero siempre está presente. Para mí lo que escriba este escritor me parece absolutamente disfrutable, ya llevo muchos libros leídos de él y puedo evocar cuando un personaje se parece a otro y aún así no me parece repetitivo, solo te enseña otra faceta de la persona en una situación parecida.
El cuento que más me gustó es el de Rana, me gusta mucho como Murakami maneja la inserción de la fantasía en un plano real, como si el personaje cruzara dimensiones y de alguna manera se convenciera (y te convenciera) de que eso está pasando en la realidad, me parece que es un maestro en este juego. Hay otros que también resultan memorables, tal vez solo el primero me pareció prescindible y el final más que abierto se queda a medias.
Un panorama general sería cómo afecta un terremoto a toda una población, el tiempo que tarda en recuperarse mentalmente, y en este caso estamos hablando de que hubo alrededor de quinientos mil muertos, nada comparable con lo que pasó en México recientemente, pero no por eso es menos fuerte el miedo que impera en el ambiente.
En cuentos es difícil calificar con los rangos, como generalmente lo hago, ya que cada uno tendría una calificación individual, por lo que en general lo voy a calificar en general.
**** 4 estrellas
Me parece una buena antología, el tamaño me parece adecuado, de cada cuento y de la antología en general. La estrella que me parece que le falta es la de un cierre contundente, a casi todos les falta fuerza al final, si bien es su especialidad dejar abierta la decisión, en varias ocasiones me sucedió que le faltaba un poco más para dejarme sacar mis conclusiones.

Aprovechando que estuve de viaje en Brasil y tuve delicioso tiempo en el avión para leer les cuento que también leí La mecánica del corazón de  Mathias Malzieu
no me gustó. Escuchar la sinopsis me pareció atractivo, al ver la portada pensé que era un poco infantil pero que funcionaría, cuando empecé la lectura parecía un cuento para niños pero muy sangriento, en realidad no entendí al público al que va dirigido, no sentí que fuera hacia ningún lado. Una vez que como lector aceptas la premisa de que un niño (hijo de una prostituta que lo dejó en una casa hogar) en vez de corazón tiene un reloj y lo puedes ver sufriendo por ser anormal, el autor renuncia a que eso podría ser una realidad. Me parece violento, predecible y melancólico.

viernes, 20 de octubre de 2017

Mi 19 de septiembre


El día de las casualidades imperfectas, el día en que si no nos doblegábamos ante la divinidad de habernos puesto en ese espacio y en esa justa hora, el continuar de nuestras vidas perdía el sentido, porque lo podíamos contar, porque estábamos vivos. Si ese día decidiste cambiar tu ruta de último momento, si se te olvidó algo y volviste, si tenías planeado un viaje…
Yo había salido un poco más temprano a comer, apenas estábamos sentándonos cuando empezó el movimiento, salí, se sentía fuerte pero había sido peor el de hace 10 días, a mi parecer. Todos los edificios evacuaron, porque era la divina coincidencia en la que conmemoramos la tragedia de hace 32 años. Todo estaba relativamente estable, sí fue fuerte, los cables de luz chocaron, había gente desmayada, pero en una ciudad en la que constantemente tenemos temblores no me pareció nada tan fuera de lo común.
Regresamos y estaban las noticias en la televisión. Preliminarmente no había daños. Pero con el paso de los minutos se empezó a mostrar un atisbo de la tragedia. En el momento en que avisaron del primer edificio derrumbado la percepción cambió por completo; la cabeza empieza un debate interno tratando de que esto sea un sueño, hay momentos en que lo logra, pero el peso de la realidad sigue su camino. Cuatro muertos es lo primero que dicen. ¡¿Mi hija?¡ Calma, en su escuela casi no se sienten por ser zona boscosa, tranquila. No hay señal en el colegio. En WhatsApp todas las mamás empezamos a comentar angustiadas lo difícil que resulta comunicarnos. Llegan muchos chats, ¿estás bien? Yo en lo único que pienso es en mi hija. Pasan largos quince minutos y hay un aviso del colegio, todos están bien, lo que no me esperaba es que junto con el caos de las rutas de camión mi hija llegaría llorando porque se cayó el plafón de su salón junto con el proyector y las computadoras. Se me pondría la piel chinita cuando me dijera que en respuesta al grito de repliegue de la maestra todos se acercaron a la zona segura, gracias a la conmemoración de la tragedia hoy hay menos tragedia, pienso con las lágrimas atoradas en la garganta.
Antes de que te des cuenta que todo ha cambiado, tu cabeza se sigue resistiendo y trata de obligarte a hacer las cosas normales, asistir a la cita que tenías programada, ir a recoger tu coche del taller… al ver que estábamos ante una amenaza real, me apuré para irme. El hecho de trabajar en seguridad, implica verificar que tus trabajadores estén bien y que los edificios en los que se encuentren no tengan novedad. Los de la zona de condesa no contestaban, muchos intentos y nada, la sinagoga de la colonia Roma reporta daños. Pasa al menos hora y media para saber que están bien, mismo tiempo que estamos mi mamá y yo estacionadas en el tráfico, hay caos generalizado, las noticias siguen reportando más y más edificios caídos.
Cuando llegamos ya están mi esposo y mi hija en el departamento, acaban de subir porque apenas recibieron la autorización para regresar de la zona segura, la gente está asustada porque hay muchas grietas en sus paredes, pero no es ni la zozobra de lo que pasa del otro lado de la ciudad. Me llaman los directivos de la comunidad Ashkenazi para pedir dos refuerzos. Las llamadas tardan mucho en entrar, no hay metro, no hay luz, las calles están absolutamente convulsionadas. Recogemos a un guardia y yo me visto de comando para ser el segundo refuerzo. La sensación de desolación sorprende por ser una de las zonas más vivas de la ciudad de México. Llegamos al ocaso, pero no hay luz, ni semáforos, ni restaurantes abiertos, solo ves gente corriendo y tiras de acordonamiento. Me bajo junto con el guardia Adrian y cruzamos varias tiras, es la calle a la que vamos, toda la gente de esa cuadra pasará la noche en el coche si lo pudieron sacar o en la banqueta. Llego a la esquina de Acapulco con Veracruz, es impresionante, la fachada del edificio cayó sobre un coche, destruyó toda la parte del conductor y copiloto, quienes afortunadamente habían sido evacuados, imposible que esa persona no sintiera que había vuelto a nacer viendo esa escena. La gente está conmocionada, estuvieron ahí en el momento en que cayó no hay muertos, pero cuentan cada movimiento con detalle, la mirada perdida, ausentes y enojados, extrañamente animados. No pueden creer que yo haya llegado tan rápido, creen que toda la ciudad está así, incluso creen que van a encontrar sus casas en esas condiciones.
Llega la noche, nunca tan oscura y desoladora desde que tengo memoria pisando esas calles. Me es imposible comunicarme con mi esposo para decirle que estoy bien y que sí me tengo que quedar, intento muchas veces hasta que pienso en no seguir gastando más mi pila porque está alrededor del 40% y será una noche larga. David logra encontrarme y me ve con ojos un poco desesperados, no me quiere dejar ahí, insisto y me deja una pila extra para mi teléfono. Me llevo a ubicar a Adrián en la puerta trasera, rodeo la manzana y paso frente a lo que un día fue mi cafetería; mi cabeza intenta decirme que esto no puede ser la realidad. Después de dejarlo me acerco al centro de acopio de Av. Durango, ahí se concentra toda la vida que no hay en el resto de las calles, mucha gente, una carpa llena de víveres y muchos autos alrededor cargados, hay autoridades y civiles coordinando los envíos, escucho que está lleno. Sigo caminando por la calle de regreso, llevo mi lámpara y colgada una luz neón, hay mucha gente, pero siento miedo, tengo la sensación de que caminan cerca de mí, me paro, aprieto fuerte mi teléfono que en ese momento no me ayudaría en nada. El hombre sigue su camino mientras me quedo pegada en la pared y esperando unos segundos, tantas veces caminé esa calle sin un ápice de miedo, pero la oscuridad y las constantes sirenas te trastornan.
Regreso a mi posición y hay mucho movimiento, muchos reporteros, brigadistas. Un grupo de unos 30 motociclistas trata de entrar y no se los permitimos. Después una comitiva de la cruz roja con al menos 12 paramédicos trata de entrar después de recibir un reporte falso de que hay gente atrapada en el edificio. Truena un transformador, el sonido da escalofríos y la luz ilumina por dos segundos provocando más terror. Mientras tanto en varios de mis chats hay gente queriendo llevar ayuda y no saben a dónde, como tengo la información de primera mano les aviso que el centro de acopio está lleno y que acaban de abrir otro en la calle de Veracruz y necesitan leche para bebés. Llegaron al menos cinco camiones con civiles dispuestos a remover escombro, nos ofrecieron agua y comida. Me sentía bien de estar ahí y poder vivir en carne propia el orgullo de mi gente mexicana en acción, sin miedo, dispuesta a tender la mano arriesgando su propia vida.
          Ya eran las doce de la noche y a esa hora pudieron llegar a relevarme, aunque para ese punto ya no me quería ir, pasé otro rato. Llegó un coche con una familia de adultos mayores y una joven que venían de Iztapalapa con café caliente y pan para los brigadistas. Imposible que no se te pusieran brillosos los ojos y se te ensanchara el pecho por decir, esta es mi gente, así de chingones somos. Me fui a dormir un poco, sin saber que esto apenas empezaba.
          Me levanté con pensamientos de lo más profundos acompañados de banalidades de la vida, las citas que no tenía canceladas del día anterior acabaron por cancelarse evidentemente, pero todos seguíamos en el proceso de no saber si la vida continuaba o teníamos que hacer una pausa. Me vestí nuevamente de comando, y arreglamos para que mi hija se fuera el resto de la semana con mis suegros, lejos del caos. Habían declarado tres días de luto nacional y las escuelas no estaban en condiciones de volver. Gracias a esto tuvimos la libertad para ayudar; David ayudó a la administración a revisar el edificio y algunos departamentos, algunos daños sí eran aparatosos, pero la opinión de un Ingeniero Civil calificado ofrecía un alivio. Así empezó la mañana en nuestro edificio, y se siguió con que una amiga, Ligia, me nominó para coordinar las labores de acopio que se estaban volviendo cada vez más grandes, varias más aceptaron la nominación y la idea me gustó, para todos los que me conozcan el tema de dirigir es algo que me gusta y me sale bien, así que teniendo este lindo nombramiento, pues me puse a trabajar. Contacté con Mónica, azarosamente me habían llegado sus datos y cuando nos contactamos el link fue instantáneo. Organicé que nuestro cargamento saliera a las 6 de la tarde y le dije que con ella llegaríamos a las 7. La labor de mi comunidad fue impresionante, una vez que un vecino llegó con su camión, empezamos a subir y llegaron más y más cosas, adultos y niños clasificando, víveres, colchones, comida preparada, juguetes, medicamentos. Se llenó el camión y siguieron tres camionetas más, llegó un momento en que tuvimos que dejar abierto el centro de acopio para irnos. Llegamos justo cuando estaba TvAzteca, me entrevistaron y yo no contaba con que mis brackets que me habían puesto un día antes del temblor, me harían tener mi peor aparición pública pero qué más daba eso. Dentro del centro había alrededor de cuarenta personas seleccionando y reempacando en cajas. Esa noche fue un largo estira y afloja, pasaron muchos inconvenientes y otras situaciones de enorme suerte. Cuando estás en una situación como esta, aprendes a no engancharte, fluyes con lo que tienes, el buen espíritu impera y a pasar de los muchos tropiezos con los que te topes tu único objetivo tiene que ser seguir adelante, no importa de qué manera, con qué, ni con quién.
Así fue que terminé a las diez de la noche con tres camiones de tonelada y media, tres camionetas con alrededor de quince brigadistas, escoltados por la policía federal, tomando rumbo hacia Jojutla, en eso momento se necesitaba aún mucha ayuda. No conocía a una sola persona de nuestra carabana, pero me fui con el nuevo nombramiento de líder de los brigadistas, en la camioneta que mi amiga nos prestó iba manejando un maestro de bachillerato originario de Jojutla, en el camino me fui enterando que iban otras dos personas originarias de allá y tenían a sus familias desesperadas describiéndoles lo que pasaba allá. Nadie conocía a más de tres personas, éramos un grupo de desconocidos con la firme idea de llegar a ayudar.
El camino fue largo, íbamos al ritmo del camión más lento, y llegamos alrededor de las dos de la mañana. Entramos hasta un extremo del pueblo en el salón María Félix, que era de un familiar de un integrante de nuestro grupo. Nos abrieron las puertas y descargamos. Cadena. Y al final de ella yo iba dirigiendo en dónde acomodar cada cosa. Cuando teníamos todo relativamente acomodado empezaron a llegar unos pocos, muy pocos en realidad. Pero mi primer acercamiento fue una mujer que había perdido su casa y la aceptaron con su familia de 10 en el patio de una vecindad enfrente, le dimos víveres, comida y una colchoneta. Me pidió un doctor porque tenía con ella un adulto mayor al que se le habían echado a perder su insulina por la falta de luz. Le di un abrazo y me regresé a tratar de acomodar para salir lo más temprano posible, el cuerpo ya me estaba reclamando descanso.
          Llegó una camioneta pequeña llena de pura comida, las noticias se corren rápido y ya sabían que nos habíamos convertido en albergue. Se bajaron cajas y cajas de comida preparada, la cual nos iba a costar mucho trabajo que se acabara, como buenos mexicanos, aunque estemos en medio de la tragedia siempre pensamos que se va  a aliviar el alma con un poco de apapacho a la barriga. El copiloto de la camioneta era un doctor, pensé que la situación era inmejorable, lo llevé a la vecindad para ayudar al señor y mi alma quedó tranquila, sentí que estaba en el momento y lugar correcto, por este tipo de situaciones es que los brigadistas somos felices de serlo.
          La comida era demasiada así que salimos a buscar repartirla en los velorios, varios eran en la calle. El sobrino del dueño del salón nos fue llevando entre las calles hasta que se mostró la cara de la atrocidad. Era impactante, toda la calle de casas destruidas por completo, alcanzabas a ver las ollas, el carrito del niño, la cama, todo era tan personal que te dolía más. Tomé algunas fotos en los tramos que había un poco de luz. Llegamos a uno de los velorios, estaban en un patio y tenían dos ataúdes; la escena impactante, había gente llorando, pero la mayoría estaban con la vista perdida. Nos pidieron café y en ese momento nos dimos cuenta que nunca lo contemplamos, no sabíamos que íbamos a llegar a un momento tan íntimo y a la vez tan protocolario en que necesitaran beber algo caliente. El chico nos fue llevando a algunas casas donde conocía, y ahí nos fuimos enterando de las necesidades y percepciones reales, ahí es cuando agradezco el haber trabajado en comunidad y la importancia de que lo simple es lo más importante, escucharlos sin juzgar para entender.
          Regresé a María Félix con el estómago y la cabeza revueltas, vi a algunos chicos que habían vuelto de ir a repartir y seguían con el ánimo a tope, eran alrededor de las cuatro de la mañana del jueves y mi cuerpo ya no me respondía. En medio de gritos pidiendo alcohol para  completar un botiquín, pasos apurados de todos los chavos, algunas persona entrando a ver qué habíamos traído, me acosté en una de las colchonetas para regalar y me quedé dormida, no completamente, seguía escuchando todo pero mi cuerpo se negó a seguir un momento más. Después de una hora me paré y los chicos seguían con la misma incansable energía, me sentí vieja pero feliz de tener la oportunidad de estar ahí con ellos. Como Pedro nos había dicho desde un principio la gente empezaría a llegar hasta las seis de la mañana, este señor tiene toda mi admiración, es un hombre líder de pueblo que acepta la ayuda sin juzgar, te recomienda sin intimidar y tiene un corazón bondadoso sin dejar de ser racional, es de esas personas de las que aprendes mucho en un solo rato, el es el dueño del salón de fiestas, después supe que lo era también de una papelería, lo llamaría de los “acomodados” de la región, no resultó gravemente afectado, así que de inmediato hizo lo que pudo para ayudar a ayudar. Las horas más movidas fueron esas, llegó más gente por sus despensas, nos hicimos líderes de cada área y repartimos, pero teníamos la presión de regresar, la policía nos seguía esperando para escoltarnos de regreso. También llegaron varios niños y adultos locales a ayudarnos a repartir, ellos sabían mejor quién en realidad lo necesitaba, todo se volvió más fácil. Llegó un grupo de tres mujeres, una de ellas, Roxana, me dijo muchas gracias por venir ayudarnos, me lo dijo con el corazón, yo le respondí que no era solo yo, pero se me cortó la voz, ella trató de seguir hablando y tampoco pudo, con los ojos llorosos nos abrazamos, algunas veces traes el alma tan expuesta que lo que sientes no se puede expresar, y un abrazo es la mejor conversación.
          Nos fuimos de regreso como vuelve un brigadista con el alma choncha de haber hecho las cosas bien, aunque también peleando contra nuestro propio cansancio. Nos fuimos quedando pocos y los abrazos eran fuertes, sabiendo que no nos volveríamos a ver pero habíamos compartido un momento irrepetible. Cuando regresé al centro de acopio, nos recibieron con aplausos, que sentí inmerecidos porque yo me había llevado mucho más de lo que había hecho. Entre mis braquets y la sensación de malestar no había podido comer casi nada desde hacía dos días, Erika me llevó a comer las enchiladas verdes más ricas que guarda mi memoria, un café caliente y un jugo de arándano; a la vez que me reconfortaron me hicieron sentir culpable por estar allí, es una de las sensaciones más absurdas que existen, y en algún lugar leí que es un sentimiento femenino, pero en fin, ahí se hizo presente. Regresé en el coche de Ligia y tomé la autopista para mi departamento, puse las noticias en el radio, no sabía nada de lo que había seguido pasando y ahí salieron las lágrimas, muchas, incansables, frías, dolorosas, esto era real, esto estaba pasando en mi país.
          Llegué a mi casa y me recibieron también como heroína, les conté un poco de lo que había pasado, pero el teléfono no dejaba de sonar, empecé a tomar las llamadas y resulta que había surtido efecto lo que había estado pidiendo en las redes sociales, inexplicablemente, me ofrecía la universidad Anáhuac una brigada médica, una amiga de Guadalajara me avisó de un camión cargado de medicamentos llegando a Toluca para seguir su camino a Jojutla, Mónica me avisó que tenía donados vuelos aéreos para llevar medicamentos y doctores. Era como si todo lo que pidiera se concediera de inmediato. Supe que no era momento de descansar, me di un baño caliente pero rápido, preparé a medias una maleta y me dirigí con mi equipo formado de Aquario a recoger a los doctores. No entraré en detalles pero les dio miedo ir a ellos o a sus papás, les resultó muy peligroso y acabé con un solo doctor, otorrinolaringólogo, Patricio, quién estuvo dispuesto a irse con una desconocida a Jojutla. Llegamos al aeropuerto de Toluca, el avión nos estaba esperando, lo cargamos de todo el material médico y quirúrgico que nos donó la Anáhuac y nos subimos, en catorce minutos estábamos aterrizando en Cuernavaca, ahí nos esperaba un camión que consiguió mi pepe grilla y nos llevó a la entrada de Jojutla, les hablé a mis nuevos amigos y nos pasaron a recoger. En ese momento yo me sentía dominando la situación, ya no era solo una brigadista a la que se le ensancha el corazón por ir a ayudar, ahora tenía un compromiso real con la gente, había decidido ayudar ahí y lo seguiría haciendo, en el camino muchas veces se planteó llevar ayuda a otros lugares donde también les hacía falta, yo me porté muy firme al respecto, si en realidad quieres ayudar a una comunidad lo tienes que hacer constantemente y a una sola, solo tienes que seguir sin prisa pero sin pausas.
          Nos dieron hospedaje con la hermana de Pedro, donde también se estaba quedando en la sala Roxana (su hija) con su familia, la mayoría de las familias dormía en la sala o en el patio para poder salir más rápido en caso de que volviera a temblar. Nos llevaron ahí, y yo me quedé en el mismo cuarto que la señora Ana María, dormí delicioso, el cuerpo me brincaba de repente por el exceso de cansancio, pero me sentía afortunada de poder dejar mi trabajo y mi familia en pausa para hacer algo que me hacía feliz.
          El viernes nos levantamos temprano y acompañamos a Patricio para ir a comunidad junto con el Doctor Romel, yo estuve un rato en los otros centros de acopio recopilando información y conocí más gente. Ese día viví cómo todos somos uno solo, vi un sinfín de marcas trayendo víveres, particulares volcados por ayudar, les preguntaba de dónde eran y venían de absolutamente todos lados de México, algunos venían en coches cargados de donaciones, otros habían tomado un camión y llegado a ayudar, chavos cargando aguas para repartir, familias de zonas cercanas repartiendo comida caliente, policías ayudando a llevar víveres, civiles en camiones del ejército cantando el himno nacional, la piel se enchinaba cada cuadra; la gente de Jojutla salió de sus casas con letreros de agradecimiento; #FuerzaMéxico, #MéxicoEstáDePie, uno de mis favoritos: Jojutla les agradece porque México canta y no llora, sobre una montañita de escombros, la gente estaba realmente agradecida y te lo hacían saber.
          El sábado en la mañana nos despertó una réplica, es la primera vez que siento terror por bajar las escaleras para salir de la casa, ahora entiendo a las personas que tienen miedo de los temblores, a partir de ese día soñé por dos semanas que estaba temblando, junto con otras pesadillas más.
Ese día hubo misa afuera de la casa en donde me estaba quedando, llegaron padres de diferentes comunidades a ayudar al local a confesar y dar misa, estaban hincados en la tierra y confesando parados en la calle, ese día se movió algo en mí que yo ya creía olvidado, mi fe en la iglesia. Me fui a confesar y lloré, me senté con ellos a escuchar la misa. Cuando estaban haciendo mención de los muertos, me acordé de un momento vivido el día anterior; estaba con tres niños de la colonia que iban constantemente a ayudar, les leí el cuento del terremoto de México desde mi celular, es un libro para que compartan sus emociones y cómo es su estado anímico, no voy a entrar en detalles de todo lo que estos niños vieron y sufrieron, pero la niña dijo que su primo casi se muere, que salió después del terremoto y su casa se estaba cayendo pero seguían los derrumbes, su vecina, la señora Bertha salió también y lo vio tirado, se echó sobre él para protegerlo y un muro le cayó en la espalda a ella, murió aplastada sobre el muchacho, la niña me lo contó sin tristeza ni heroísmo, pero cuando leyeron su nombre en la misa yo lloré como otros más por ella, sabiendo que hizo el acto más heroico al que cualquiera podríamos aspirar.
Casi todo fue mágico, a pesar de las escenas de terror que siempre estarán en mi memoria el recuerdo de esos días es entrañable; hubo muchos momentos malos también, desafortunadamente el gobierno del estado de Morelos no tiene empatía por la población, hay una brecha enorme entre los políticos y su gente, en una situación tan grave como esta la población corrió a sus políticos, y la consecuencia fue que no hubo menos atención hacia ellos. El temblor fue el martes y hasta el jueves entró el ejército, se dijo que no hubo rescates de personas vivas, el único del que me enteré fue un pequeño de cinco años al que su madre llevó con las manos llenas de sangre porque no le ayudaban a sacarlo al ser zona insegura, llegando al hospital a las once de la noche solo alcanzó a decir; mami te quiero mucho y murió. Protección civil llegó hasta el domingo, lo supe porque llegaron con Don Pedro a pedirle que les sacara copias (como donativo cabe aclarar) para iniciar sus registros. En lo personal vi muchas cosas que no estaban bien, no me gusta asegurar cosas que no conozco en su totalidad aunque a todos les puedan resultar obvias, pero ahora sí lo viví en carne propia. Tuve acercamientos con secretaría de salud de Morelos y me apoyaron con algunos temas, después me pidieron ellos apoyo con otra cosa, había conseguido el contacto y la posible solución y decidieron “sacarme de la jugada” de una manera muy grosera, me decepcioné tanto de que lastimosamente el gobierno sí es como lo pintan, me hicieron casi tirar la toalla por lo decepcionada que me encontré, pensé también en contar todo en redes sociales, que en ese momento tenían una intensa difusión, pero decidí que en ese momento lo que menos necesitábamos como país eran noticias negativas, de esas que duelen ya había suficientes, de todo lo que hice en estos días creo que mi labor más loable fue guardarme esa información, llorar de rabia, meditar un poco y seguir adelante.
Ese sábado por la noche por primera vez sentí calma en toda la semana, pasamos a comprar unas cervezas y platicamos largo rato en la casa de Ana María, nos abrimos y empezaron a salir los golpes de vivir bajo la inercia de la adrenalina; durmiendo y comiendo poco, siendo presa del miedo y dirigido por la voluntad del saber que estás en posibilidad de hacer algo. Volví ese domingo a mi departamento con una sensación entre satisfacción y culpa, entre alegría y desolación. Ese lunes fue duro, pensar que mi vida seguía su curso “normal” aunque adentro de mí nada estaba ni estaría igual por mucho tiempo. Volví una semana después y seguiré yendo con un proyecto más armado y mejor dirigido.



Una vez más agradezco a la vida por darme una invaluable lección de resiliencia, otra vez acercarme a la muerte me hace salir con fortaleza y agradecida, orgullosa como siempre de ser mexicana y un poco también por ser millenial.