El
día de las casualidades imperfectas, el día en que si no nos doblegábamos ante
la divinidad de habernos puesto en ese espacio y en esa justa hora, el
continuar de nuestras vidas perdía el sentido, porque lo podíamos contar,
porque estábamos vivos. Si ese día decidiste cambiar tu ruta de último momento,
si se te olvidó algo y volviste, si tenías planeado un viaje…
Yo
había salido un poco más temprano a comer, apenas estábamos sentándonos cuando
empezó el movimiento, salí, se sentía fuerte pero había sido peor el de hace 10
días, a mi parecer. Todos los edificios evacuaron, porque era la divina
coincidencia en la que conmemoramos la tragedia de hace 32 años. Todo estaba
relativamente estable, sí fue fuerte, los cables de luz chocaron, había gente
desmayada, pero en una ciudad en la que constantemente tenemos temblores no me
pareció nada tan fuera de lo común.
Regresamos
y estaban las noticias en la televisión. Preliminarmente no había daños. Pero con
el paso de los minutos se empezó a mostrar un atisbo de la tragedia. En el
momento en que avisaron del primer edificio derrumbado la percepción cambió por
completo; la cabeza empieza un debate interno tratando de que esto sea un
sueño, hay momentos en que lo logra, pero el peso de la realidad sigue su
camino. Cuatro muertos es lo primero que dicen. ¡¿Mi hija?¡ Calma, en su
escuela casi no se sienten por ser zona boscosa, tranquila. No hay señal en el
colegio. En WhatsApp todas las mamás empezamos a comentar angustiadas lo
difícil que resulta comunicarnos. Llegan muchos chats, ¿estás bien? Yo en lo
único que pienso es en mi hija. Pasan largos quince minutos y hay un aviso del
colegio, todos están bien, lo que no me esperaba es que junto con el caos de
las rutas de camión mi hija llegaría llorando porque se cayó el plafón de su
salón junto con el proyector y las computadoras. Se me pondría la piel chinita
cuando me dijera que en respuesta al grito de repliegue de la maestra todos se acercaron
a la zona segura, gracias a la conmemoración de la tragedia hoy hay menos
tragedia, pienso con las lágrimas atoradas en la garganta.
Antes
de que te des cuenta que todo ha cambiado, tu cabeza se sigue resistiendo y
trata de obligarte a hacer las cosas normales, asistir a la cita que tenías
programada, ir a recoger tu coche del taller… al ver que estábamos ante una
amenaza real, me apuré para irme. El hecho de trabajar en seguridad, implica verificar
que tus trabajadores estén bien y que los edificios en los que se encuentren no
tengan novedad. Los de la zona de condesa no contestaban, muchos intentos y
nada, la sinagoga de la colonia Roma reporta daños. Pasa al menos hora y media
para saber que están bien, mismo tiempo que estamos mi mamá y yo estacionadas
en el tráfico, hay caos generalizado, las noticias siguen reportando más y más
edificios caídos.
Cuando
llegamos ya están mi esposo y mi hija en el departamento, acaban de subir
porque apenas recibieron la autorización para regresar de la zona segura, la
gente está asustada porque hay muchas grietas en sus paredes, pero no es ni la
zozobra de lo que pasa del otro lado de la ciudad. Me llaman los directivos de
la comunidad Ashkenazi para pedir dos refuerzos. Las llamadas tardan mucho en
entrar, no hay metro, no hay luz, las calles están absolutamente convulsionadas.
Recogemos a un guardia y yo me visto de comando para ser el segundo refuerzo.
La sensación de desolación sorprende por ser una de las zonas más vivas de la
ciudad de México. Llegamos al ocaso, pero no hay luz, ni semáforos, ni
restaurantes abiertos, solo ves gente corriendo y tiras de acordonamiento. Me
bajo junto con el guardia Adrian y cruzamos varias tiras, es la calle a la que
vamos, toda la gente de esa cuadra pasará la noche en el coche si lo pudieron
sacar o en la banqueta. Llego a la esquina de Acapulco con Veracruz, es
impresionante, la fachada del edificio cayó sobre un coche, destruyó toda la
parte del conductor y copiloto, quienes afortunadamente habían sido evacuados,
imposible que esa persona no sintiera que había vuelto a nacer viendo esa
escena. La gente está conmocionada, estuvieron ahí en el momento en que cayó no
hay muertos, pero cuentan cada movimiento con detalle, la mirada perdida,
ausentes y enojados, extrañamente animados. No pueden creer que yo haya llegado
tan rápido, creen que toda la ciudad está así, incluso creen que van a
encontrar sus casas en esas condiciones.
Llega
la noche, nunca tan oscura y desoladora desde que tengo memoria pisando esas
calles. Me es imposible comunicarme con mi esposo para decirle que estoy bien y
que sí me tengo que quedar, intento muchas veces hasta que pienso en no seguir
gastando más mi pila porque está alrededor del 40% y será una noche larga. David
logra encontrarme y me ve con ojos un poco desesperados, no me quiere dejar
ahí, insisto y me deja una pila extra para mi teléfono. Me llevo a ubicar a
Adrián en la puerta trasera, rodeo la manzana y paso frente a lo que un día fue
mi cafetería; mi cabeza intenta decirme que esto no puede ser la realidad.
Después de dejarlo me acerco al centro de acopio de Av. Durango, ahí se
concentra toda la vida que no hay en el resto de las calles, mucha gente, una
carpa llena de víveres y muchos autos alrededor cargados, hay autoridades y
civiles coordinando los envíos, escucho que está lleno. Sigo caminando por la
calle de regreso, llevo mi lámpara y colgada una luz neón, hay mucha gente,
pero siento miedo, tengo la sensación de que caminan cerca de mí, me paro,
aprieto fuerte mi teléfono que en ese momento no me ayudaría en nada. El hombre
sigue su camino mientras me quedo pegada en la pared y esperando unos segundos,
tantas veces caminé esa calle sin un ápice de miedo, pero la oscuridad y las constantes
sirenas te trastornan.
Regreso
a mi posición y hay mucho movimiento, muchos reporteros, brigadistas. Un grupo
de unos 30 motociclistas trata de entrar y no se los permitimos. Después una
comitiva de la cruz roja con al menos 12 paramédicos trata de entrar después de
recibir un reporte falso de que hay gente atrapada en el edificio. Truena un
transformador, el sonido da escalofríos y la luz ilumina por dos segundos
provocando más terror. Mientras tanto en varios de mis chats hay gente
queriendo llevar ayuda y no saben a dónde, como tengo la información de primera
mano les aviso que el centro de acopio está lleno y que acaban de abrir otro en
la calle de Veracruz y necesitan leche para bebés. Llegaron al menos cinco
camiones con civiles dispuestos a remover escombro, nos ofrecieron agua y
comida. Me sentía bien de estar ahí y poder vivir en carne propia el orgullo de
mi gente mexicana en acción, sin miedo, dispuesta a tender la mano arriesgando
su propia vida.
Ya eran las doce de la noche y a esa
hora pudieron llegar a relevarme, aunque para ese punto ya no me quería ir,
pasé otro rato. Llegó un coche con una familia de adultos mayores y una joven
que venían de Iztapalapa con café caliente y pan para los brigadistas.
Imposible que no se te pusieran brillosos los ojos y se te ensanchara el pecho
por decir, esta es mi gente, así de chingones somos. Me fui a dormir un poco,
sin saber que esto apenas empezaba.
Me levanté con pensamientos de lo más
profundos acompañados de banalidades de la vida, las citas que no tenía
canceladas del día anterior acabaron por cancelarse evidentemente, pero todos
seguíamos en el proceso de no saber si la vida continuaba o teníamos que hacer
una pausa. Me vestí nuevamente de comando, y arreglamos para que mi hija se
fuera el resto de la semana con mis suegros, lejos del caos. Habían declarado
tres días de luto nacional y las escuelas no estaban en condiciones de volver.
Gracias a esto tuvimos la libertad para ayudar; David ayudó a la administración
a revisar el edificio y algunos departamentos, algunos daños sí eran
aparatosos, pero la opinión de un Ingeniero Civil calificado ofrecía un alivio.
Así empezó la mañana en nuestro edificio, y se siguió con que una amiga, Ligia,
me nominó para coordinar las labores de acopio que se estaban volviendo cada
vez más grandes, varias más aceptaron la nominación y la idea me gustó, para
todos los que me conozcan el tema de dirigir es algo que me gusta y me sale
bien, así que teniendo este lindo nombramiento, pues me puse a trabajar.
Contacté con Mónica, azarosamente me habían llegado sus datos y cuando nos
contactamos el link fue instantáneo. Organicé que nuestro cargamento saliera a
las 6 de la tarde y le dije que con ella llegaríamos a las 7. La labor de mi
comunidad fue impresionante, una vez que un vecino llegó con su camión,
empezamos a subir y llegaron más y más cosas, adultos y niños clasificando,
víveres, colchones, comida preparada, juguetes, medicamentos. Se llenó el
camión y siguieron tres camionetas más, llegó un momento en que tuvimos que
dejar abierto el centro de acopio para irnos. Llegamos justo cuando estaba TvAzteca,
me entrevistaron y yo no contaba con que mis brackets que me habían puesto un
día antes del temblor, me harían tener mi peor aparición pública pero qué más
daba eso. Dentro del centro había alrededor de cuarenta personas seleccionando
y reempacando en cajas. Esa noche fue un largo estira y afloja, pasaron muchos
inconvenientes y otras situaciones de enorme suerte. Cuando estás en una
situación como esta, aprendes a no engancharte, fluyes con lo que tienes, el
buen espíritu impera y a pasar de los muchos tropiezos con los que te topes tu
único objetivo tiene que ser seguir adelante, no importa de qué manera, con qué,
ni con quién.
Así
fue que terminé a las diez de la noche con tres camiones de tonelada y media,
tres camionetas con alrededor de quince brigadistas, escoltados por la policía
federal, tomando rumbo hacia Jojutla, en eso momento se necesitaba aún mucha
ayuda. No conocía a una sola persona de nuestra carabana, pero me fui con el
nuevo nombramiento de líder de los brigadistas, en la camioneta que mi amiga
nos prestó iba manejando un maestro de bachillerato originario de Jojutla, en
el camino me fui enterando que iban otras dos personas originarias de allá y
tenían a sus familias desesperadas describiéndoles lo que pasaba allá. Nadie
conocía a más de tres personas, éramos un grupo de desconocidos con la firme
idea de llegar a ayudar.
El
camino fue largo, íbamos al ritmo del camión más lento, y llegamos alrededor de
las dos de la mañana. Entramos hasta un extremo del pueblo en el salón María
Félix, que era de un familiar de un integrante de nuestro grupo. Nos abrieron
las puertas y descargamos. Cadena. Y al final de ella yo iba dirigiendo en
dónde acomodar cada cosa. Cuando teníamos todo relativamente acomodado
empezaron a llegar unos pocos, muy pocos en realidad. Pero mi primer
acercamiento fue una mujer que había perdido su casa y la aceptaron con su
familia de 10 en el patio de una vecindad enfrente, le dimos víveres, comida y
una colchoneta. Me pidió un doctor porque tenía con ella un adulto mayor al que
se le habían echado a perder su insulina por la falta de luz. Le di un abrazo y
me regresé a tratar de acomodar para salir lo más temprano posible, el cuerpo
ya me estaba reclamando descanso.
Llegó una camioneta pequeña llena de
pura comida, las noticias se corren rápido y ya sabían que nos habíamos
convertido en albergue. Se bajaron cajas y cajas de comida preparada, la cual
nos iba a costar mucho trabajo que se acabara, como buenos mexicanos, aunque
estemos en medio de la tragedia siempre pensamos que se va a aliviar el alma con un poco de apapacho a
la barriga. El copiloto de la camioneta era un doctor, pensé que la situación
era inmejorable, lo llevé a la vecindad para ayudar al señor y mi alma quedó
tranquila, sentí que estaba en el momento y lugar correcto, por este tipo de
situaciones es que los brigadistas somos felices de serlo.
La comida era demasiada así que
salimos a buscar repartirla en los velorios, varios eran en la calle. El sobrino
del dueño del salón nos fue llevando entre las calles hasta que se mostró la
cara de la atrocidad. Era impactante, toda la calle de casas destruidas por
completo, alcanzabas a ver las ollas, el carrito del niño, la cama, todo era
tan personal que te dolía más. Tomé algunas fotos en los tramos que había un
poco de luz. Llegamos a uno de los velorios, estaban en un patio y tenían dos ataúdes;
la escena impactante, había gente llorando, pero la mayoría estaban con la
vista perdida. Nos pidieron café y en ese momento nos dimos cuenta que nunca lo
contemplamos, no sabíamos que íbamos a llegar a un momento tan íntimo y a la
vez tan protocolario en que necesitaran beber algo caliente. El chico nos fue
llevando a algunas casas donde conocía, y ahí nos fuimos enterando de las
necesidades y percepciones reales, ahí es cuando agradezco el haber trabajado
en comunidad y la importancia de que lo simple es lo más importante,
escucharlos sin juzgar para entender.
Regresé a María Félix con el estómago
y la cabeza revueltas, vi a algunos chicos que habían vuelto de ir a repartir y
seguían con el ánimo a tope, eran alrededor de las cuatro de la mañana del
jueves y mi cuerpo ya no me respondía. En medio de gritos pidiendo alcohol para
completar un botiquín, pasos apurados de
todos los chavos, algunas persona entrando a ver qué habíamos traído, me acosté
en una de las colchonetas para regalar y me quedé dormida, no completamente,
seguía escuchando todo pero mi cuerpo se negó a seguir un momento más. Después
de una hora me paré y los chicos seguían con la misma incansable energía, me
sentí vieja pero feliz de tener la oportunidad de estar ahí con ellos. Como
Pedro nos había dicho desde un principio la gente empezaría a llegar hasta las
seis de la mañana, este señor tiene toda mi admiración, es un hombre líder de
pueblo que acepta la ayuda sin juzgar, te recomienda sin intimidar y tiene un
corazón bondadoso sin dejar de ser racional, es de esas personas de las que
aprendes mucho en un solo rato, el es el dueño del salón de fiestas, después
supe que lo era también de una papelería, lo llamaría de los “acomodados” de la
región, no resultó gravemente afectado, así que de inmediato hizo lo que pudo
para ayudar a ayudar. Las horas más movidas fueron esas, llegó más gente por
sus despensas, nos hicimos líderes de cada área y repartimos, pero teníamos la presión
de regresar, la policía nos seguía esperando para escoltarnos de regreso.
También llegaron varios niños y adultos locales a ayudarnos a repartir, ellos
sabían mejor quién en realidad lo necesitaba, todo se volvió más fácil. Llegó
un grupo de tres mujeres, una de ellas, Roxana, me dijo muchas gracias por
venir ayudarnos, me lo dijo con el corazón, yo le respondí que no era solo yo,
pero se me cortó la voz, ella trató de seguir hablando y tampoco pudo, con los
ojos llorosos nos abrazamos, algunas veces traes el alma tan expuesta que lo
que sientes no se puede expresar, y un abrazo es la mejor conversación.
Nos fuimos de regreso como vuelve un
brigadista con el alma choncha de haber hecho las cosas bien, aunque también
peleando contra nuestro propio cansancio. Nos fuimos quedando pocos y los
abrazos eran fuertes, sabiendo que no nos volveríamos a ver pero habíamos
compartido un momento irrepetible. Cuando regresé al centro de acopio, nos
recibieron con aplausos, que sentí inmerecidos porque yo me había llevado mucho
más de lo que había hecho. Entre mis braquets y la sensación de malestar no
había podido comer casi nada desde hacía dos días, Erika me llevó a comer las
enchiladas verdes más ricas que guarda mi memoria, un café caliente y un jugo
de arándano; a la vez que me reconfortaron me hicieron sentir culpable por
estar allí, es una de las sensaciones más absurdas que existen, y en algún
lugar leí que es un sentimiento femenino, pero en fin, ahí se hizo presente.
Regresé en el coche de Ligia y tomé la autopista para mi departamento, puse las
noticias en el radio, no sabía nada de lo que había seguido pasando y ahí
salieron las lágrimas, muchas, incansables, frías, dolorosas, esto era real, esto
estaba pasando en mi país.
Llegué a mi casa y me recibieron también
como heroína, les conté un poco de lo que había pasado, pero el teléfono no
dejaba de sonar, empecé a tomar las llamadas y resulta que había surtido efecto
lo que había estado pidiendo en las redes sociales, inexplicablemente, me
ofrecía la universidad Anáhuac una brigada médica, una amiga de Guadalajara me
avisó de un camión cargado de medicamentos llegando a Toluca para seguir su
camino a Jojutla, Mónica me avisó que tenía donados vuelos aéreos para llevar
medicamentos y doctores. Era como si todo lo que pidiera se concediera de
inmediato. Supe que no era momento de descansar, me di un baño caliente pero
rápido, preparé a medias una maleta y me dirigí con mi equipo formado de Aquario
a recoger a los doctores. No entraré en detalles pero les dio miedo ir a ellos
o a sus papás, les resultó muy peligroso y acabé con un solo doctor,
otorrinolaringólogo, Patricio, quién estuvo dispuesto a irse con una
desconocida a Jojutla. Llegamos al aeropuerto de Toluca, el avión nos estaba
esperando, lo cargamos de todo el material médico y quirúrgico que nos donó la Anáhuac
y nos subimos, en catorce minutos estábamos aterrizando en Cuernavaca, ahí nos
esperaba un camión que consiguió mi pepe grilla y nos llevó a la entrada de
Jojutla, les hablé a mis nuevos amigos y nos pasaron a recoger. En ese momento
yo me sentía dominando la situación, ya no era solo una brigadista a la que se
le ensancha el corazón por ir a ayudar, ahora tenía un compromiso real con la
gente, había decidido ayudar ahí y lo seguiría haciendo, en el camino muchas
veces se planteó llevar ayuda a otros lugares donde también les hacía falta, yo
me porté muy firme al respecto, si en realidad quieres ayudar a una comunidad
lo tienes que hacer constantemente y a una sola, solo tienes que seguir sin prisa
pero sin pausas.
Nos dieron hospedaje con la hermana de
Pedro, donde también se estaba quedando en la sala Roxana (su hija) con su
familia, la mayoría de las familias dormía en la sala o en el patio para poder
salir más rápido en caso de que volviera a temblar. Nos llevaron ahí, y yo me
quedé en el mismo cuarto que la señora Ana María, dormí delicioso, el cuerpo me
brincaba de repente por el exceso de cansancio, pero me sentía afortunada de
poder dejar mi trabajo y mi familia en pausa para hacer algo que me hacía
feliz.
El viernes nos levantamos temprano y
acompañamos a Patricio para ir a comunidad junto con el Doctor Romel, yo estuve
un rato en los otros centros de acopio recopilando información y conocí más
gente. Ese día viví cómo todos somos uno solo, vi un sinfín de marcas trayendo
víveres, particulares volcados por ayudar, les preguntaba de dónde eran y
venían de absolutamente todos lados de México, algunos venían en coches
cargados de donaciones, otros habían tomado un camión y llegado a ayudar,
chavos cargando aguas para repartir, familias de zonas cercanas repartiendo
comida caliente, policías ayudando a llevar víveres, civiles en camiones del
ejército cantando el himno nacional, la piel se enchinaba cada cuadra; la gente
de Jojutla salió de sus casas con letreros de agradecimiento; #FuerzaMéxico, #MéxicoEstáDePie,
uno de mis favoritos: Jojutla les agradece porque México canta y no llora,
sobre una montañita de escombros, la gente estaba realmente agradecida y te lo
hacían saber.
El sábado en la mañana nos despertó
una réplica, es la primera vez que siento terror por bajar las escaleras para
salir de la casa, ahora entiendo a las personas que tienen miedo de los
temblores, a partir de ese día soñé por dos semanas que estaba temblando, junto
con otras pesadillas más.
Ese
día hubo misa afuera de la casa en donde me estaba quedando, llegaron padres de
diferentes comunidades a ayudar al local a confesar y dar misa, estaban
hincados en la tierra y confesando parados en la calle, ese día se movió algo
en mí que yo ya creía olvidado, mi fe en la iglesia. Me fui a confesar y lloré,
me senté con ellos a escuchar la misa. Cuando estaban haciendo mención de los
muertos, me acordé de un momento vivido el día anterior; estaba con tres niños
de la colonia que iban constantemente a ayudar, les leí el cuento del terremoto
de México desde mi celular, es un libro para que compartan sus emociones y cómo
es su estado anímico, no voy a entrar en detalles de todo lo que estos niños
vieron y sufrieron, pero la niña dijo que su primo casi se muere, que salió
después del terremoto y su casa se estaba cayendo pero seguían los derrumbes,
su vecina, la señora Bertha salió también y lo vio tirado, se echó sobre él
para protegerlo y un muro le cayó en la espalda a ella, murió aplastada sobre
el muchacho, la niña me lo contó sin tristeza ni heroísmo, pero cuando leyeron
su nombre en la misa yo lloré como otros más por ella, sabiendo que hizo el
acto más heroico al que cualquiera podríamos aspirar.
Casi
todo fue mágico, a pesar de las escenas de terror que siempre estarán en mi
memoria el recuerdo de esos días es entrañable; hubo muchos momentos malos
también, desafortunadamente el gobierno del estado de Morelos no tiene empatía
por la población, hay una brecha enorme entre los políticos y su gente, en una
situación tan grave como esta la población corrió a sus políticos, y la
consecuencia fue que no hubo menos atención hacia ellos. El temblor fue el
martes y hasta el jueves entró el ejército, se dijo que no hubo rescates de
personas vivas, el único del que me enteré fue un pequeño de cinco años al que
su madre llevó con las manos llenas de sangre porque no le ayudaban a sacarlo
al ser zona insegura, llegando al hospital a las once de la noche solo alcanzó
a decir; mami te quiero mucho y murió. Protección civil llegó hasta el domingo,
lo supe porque llegaron con Don Pedro a pedirle que les sacara copias (como
donativo cabe aclarar) para iniciar sus registros. En lo personal vi muchas
cosas que no estaban bien, no me gusta asegurar cosas que no conozco en su
totalidad aunque a todos les puedan resultar obvias, pero ahora sí lo viví en
carne propia. Tuve acercamientos con secretaría de salud de Morelos y me apoyaron
con algunos temas, después me pidieron ellos apoyo con otra cosa, había
conseguido el contacto y la posible solución y decidieron “sacarme de la
jugada” de una manera muy grosera, me decepcioné tanto de que lastimosamente el
gobierno sí es como lo pintan, me hicieron casi tirar la toalla por lo
decepcionada que me encontré, pensé también en contar todo en redes sociales,
que en ese momento tenían una intensa difusión, pero decidí que en ese momento
lo que menos necesitábamos como país eran noticias negativas, de esas que
duelen ya había suficientes, de todo lo que hice en estos días creo que mi
labor más loable fue guardarme esa información, llorar de rabia, meditar un
poco y seguir adelante.
Ese
sábado por la noche por primera vez sentí calma en toda la semana, pasamos a
comprar unas cervezas y platicamos largo rato en la casa de Ana María, nos
abrimos y empezaron a salir los golpes de vivir bajo la inercia de la
adrenalina; durmiendo y comiendo poco, siendo presa del miedo y dirigido por la
voluntad del saber que estás en posibilidad de hacer algo. Volví ese domingo a
mi departamento con una sensación entre satisfacción y culpa, entre alegría y
desolación. Ese lunes fue duro, pensar que mi vida seguía su curso “normal”
aunque adentro de mí nada estaba ni estaría igual por mucho tiempo. Volví una
semana después y seguiré yendo con un proyecto más armado y mejor dirigido.
Una
vez más agradezco a la vida por darme una invaluable lección de resiliencia,
otra vez acercarme a la muerte me hace salir con fortaleza y agradecida,
orgullosa como siempre de ser mexicana y un poco también por ser millenial.